CALLE Y LETRAS
- Angélica Villalba Eljach
- 15 ene 2021
- 5 Min. de lectura

Más de un año ha pasado desde la última entrada de este Blog y he de confesar que vi lejos este día, quise dejar en el olvido todas las publicaciones que se han hecho en este espacio. Pues bien, he venido a contarles qué fue lo que pasó y de qué se trata este nuevo capítulo.
Mi 2019 terminó a las carreras y con muchos compromisos laborales y profesionales, la lectura de libros cada vez se iba saliendo más y más de la rutina habitual; entrado el 2020, la cosa empeoró en términos de tiempo y concentración… había tomado la decisión de cambiar de trabajo y mudarme de ciudad con las implicaciones que eso trae: dejar a la familia, dejar a mis estudiantes, los clubes de lectura, el programa de radio y meter mi vida entera en un camión de mudanzas.
Recién instalada en mi nueva oficina, a la semana de haber empezado formalmente en mi nuevo empleo, me volví líder del equipo al que había llegado- nuevo cambio de planes, un reto mayor. Luego pasó lo que todos vivimos: la pandemia del SARS Covid-19; el 12 de marzo del 2020 me mandaron para mi casa en modo “piloto” de lo que podría ser una eventual cuarentena para prevenir los contagios por el virus desconocido, no vale la pena que les cuente el resto, todos los que están leyendo lo vivieron al igual que yo. Llevaba 12 días en Bogotá y 2 en mi nuevo apartamento, el que solo tenía de muebles y adornos las cajas de la mudanza.
Durante las primeras semanas de la cuarentena las redes sociales estaban inundadas de nuevos propósitos cual año nuevo, de autodidactas que se inscribían en cursos virtuales, de ansiosos que compraron pilas de libros porque les había llegado su año para leer, de grupos haciendo clubes y retos de lectura por doquier. Mientras tanto, yo iba organizando poco a poco mi nuevo hogar, teletrabajé un mes sentada en las cajas de mis libros mientras llegaban las primeras sillas, el escritorio fue el mesón de la cocina.
El trabajo desde casa supuso un reto doble, pues no sólo estaba en casa durante los “horarios de oficina” que terminaron invadiendo las fronteras inimaginables de lo prudente y lo lógico, también estaba cohesionando y conquistando a un nuevo equipo de trabajo, tuve que superar las barreras de la pantalla para hacerme sentir firme y cercana al mismo tiempo, y lo logré porque me di a querer con cada uno de mis defectos.
También tuve que hacer mercado, asear y alimentarme bien, cosas que no hacía antes por mi propia cuenta… todo en los pocos metros cuadrados que conforman mi hogar. En este punto aparecen los audiolibros, ellos me salvaron la vida, las historias de los libros no me entraron por los ojos sino por los oídos mientras hacía todo lo anterior.
Me disponía ahora sí a reseñar, por lo menos llevaba mi diario de lectura/audiolibros. Me animé a participar de varios retos literarios, seguía asistiendo sin parar a los clubes de lectura, y recuerdo perfectamente que en mi cuenta de Instagram estaba haciendo #bookasoutfits. El regreso a la escritura de entradas para el Blog se hacía inminente para el mes de mayo.
Y de repente mi tío murió. Las palabras nunca más cobraron sentido para mí vida. Nunca más lo vi, nunca más lo oí, nunca más le hablé, nunca más respiró, nunca más vivió, nunca más murió. Nunca más será 26 de abril del 2020, cuando me encontraba esa mañana del domingo reseñando sobre la belleza del libro La chica salvaje de Delia Owens; lo había leído para #LasTíasBookCLub, mi nuevo Club de Lectura en Bogotá, y lo hacía para entregar mi primera reseña literaria para el Blog de ese nuevo espacio. La reseña nunca se culminó, pero así fue publicada.
Hoy, 9 meses después de su muerte he comprendido que mi duelo fue no escribir. Muchos de los que lean esto dirán “ah pero yo soy huérfano” “ah pero que tanto es morir si para eso, sólo se debe estar vivo” … pues así es, cuando en la configuración de los misterios de la vida y de la muerte uno reconoce que su vida y sus historias no solo le pertenecen a los vivos sino también a los muertos, pasan cosas como esta. Quedé en shock en el momento que hacía algo que me encanta, reseñar libros, eso fue lo que me pasó.
Siento que me recuperé rápido de esta perdida y recuerdo a mi tío como un milagro que nos duró 54 años, recuerdo el amor inconmensurable que toda nuestra familia le profesó durante toda su vida, entendí que su momento había llegado y ad portas de lo que se sería el desastre de la pandemia, lo mejor para evitar su sufrimiento o un desastre mayor fue el haberse ido.
El caso es que no era capaz de tomarme fotos para la página en IG, no era capaz de reflexionar acerca de las ficciones que leía o escuchaba, nada me parecía emocionalmente genuino de ser trasmitido. Quería escribir, pero desde una orilla mucho más conectada con la realidad, o quería escribir solo para mí, encontraba sentido y belleza en la escritura más allá de reseñar, más allá de recomendar, más allá de las reflexiones que me hago a mí misma.
El trabajo supuso un reto enorme luego de ese momento, una avalancha de emociones que tampoco me dejaron canalizar lo que con tranquilidad y naturalidad puedo escribir en este instante. Sentía que tenía que demostrar “de qué estoy hecha” y honestamente solo estoy hecha de callecitas y de letras… de recuerdos y libros… no es mucho lo que con naturalidad podía ofrecer frente a lo que estaban esperando. Por lo pronto, las cosas han marchado bien.
Y esta es la otra parte de la historia. Me desconecté por completo del nombre del Blog. Los momentos de introspección me alejaban cada vez más de lo ya construido, lo empecé a leer egocéntrico, cosa que antes no me habría importado. Empecé a imaginar y construir en mi cabeza nuevos estilos para narrar y reseñar, resulta evidente que siempre me estaré “diciendo a mí misma” cosas, mencionar esa frase siempre será algo característico en mí, entendí que el Blog podía cambiar, y al paso que me iba reencontrando con los libros, también lo hacía con las ganas de escribir, con las ganas de contar esta historia y con las ganas de escribir nuevas historias más.
Calle y letras es entonces lo que vamos a ver en esta nueva temporada, la reinvención es real, no es una palabra que haya nacido en el marco de la pandemia.
No crean que me sobra calle, antes me falta… y por eso, cada vez que me maravillo con las cosas que veo y escucho, logro imaginar personas, logro descubrir una palabra nueva, logro construir una frase que vale la pena que sea escrita, que sea contada. El sentimiento de querer estar “callejeando” es algo que se intensificó el año pasado, no era consciente de la cantidad de tiempo que pasaba en la calle trabajando, estudiando, enseñando, comiendo, leyendo… en verdad yo no tenía una casa, tenía “un lugar a donde llegar a dormir” … y por eso, siento que ahora lo que veo y escucho en la calle me marca y me ilusiona.
Por otra parte, las letras siempre me han acompañado y despojada de tantas presiones, hoy no tengo que demostrar más de lo que soy; no tengo que cumplir con las lecturas de todos los clubes de lectura a los que voy, pues elegiré a cual ir y que libros leer en función de mi tiempo y no de la obligación; ya no realizo la sesión literaria #CulturaEnCursiva para la radio… simplemente tengo tiempo para reencontrarme con lo que quiero leer, y para escribir más allá del ego y más con un propósito, en donde espero lograr un ejercicio narrativo que no sólo me satisfaga a mí, pues espero llegar a los lectores que aún conservo.
Gracias por seguir aquí, y gracias desde ya por acompañarme en esta nueva aventura en donde seguirán las reseñas de los libros, los #Booktags y por supuesto, los relatos.
Les deseo a todos Calle y Letras por montón.
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