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KENTUKIS- SAMANTA SCHWEBLIN

  • Foto del escritor: Angélica Villalba Eljach
    Angélica Villalba Eljach
  • 5 jun 2019
  • 3 Min. de lectura

No me detendré en explicar a profundidad que son los Kentukis o que tanto pueden hacer, porque eso sería “spoilear” todo el libro, lo importante es que un #Kentuki es un peluche que tiene instalada una cámara en sus ojos, no puede hablar y sus movimientos se pueden asemejar a la forma en cómo se mueven los juguetes a control remoto, la particularidad es que lo comanda la persona que ve por los ojos del #Kentuki, una persona que tu no conoces, que no está en la habitación.


A partir de aquí, los más escépticos dirán que ya se imaginan el libro. Pues no. La cantidad de historias que #SamantaSchweblin alcanza a desarrolla la ubican como la gran narradora que es, durante la lectura veremos cómo se desenvuelven en paralelo la relación de varios personajes con estos aparatos, la cantidad de conexiones que la autora imaginó son realmente extraordinarias. Los finales de estas historias son en algunos casos increíbles y en otros predecibles, pero en todo caso, no dejan de ser escalofriantes.


Avanzando en la lectura #MeDijeAMíMisma muchas cosas que me han hecho reflexionar sobre la relación cada vez más cuestionada del ser humano con la tecnología, y el miedo que sienten algunos con los avances de la inteligencia artificial.


Yo me imagino que cuando George Orwell escribió 1984 le dijeron que estaba loco, que esos mundos característicos de las distopías se alejaban mucho de poderse vivir y como bien sabemos, ese futuro de 1984 es ya un futuro caducado, vivido y criticado. Pues bien, que el mundo de los #Kentukis yo me lo imagino pasado mañana, dado que cada vez somos más permisivos con las personas que dejamos entrar en nuestra casa a través de las redes sociales, estamos viviendo muchos tipos de distopías de cómo nos dijeron hace algunos años que sería el futuro.


Se me venían muchos ejemplos de “permisividad digital” como el mal uso que hacemos de las historia en Instagram o en Facebook, en el caso de los ya muy comunes “influencers” vemos que van al baño y muestran el jabón, shampoo y crema que usan por decir lo mínimo, si desayunan muestran la marca del pan, de donde se lo traen y de paso dicen quién se los recomendó, si la persona tiene novio lo muestran como trofeo de guerra y no como una personas a la que probablemente no le gusta salir todo el día en la pantalla de los celulares de gente que él ni tiene en sus contactos. Esto me hizo pensar en mi abuelita, siempre que me siento a jugar parqués con ella la filmo sin que se dé cuenta y creo que no puedo abusar más de su inocencia luego de haber leído este libro, pues estoy abriendo la puerta de su casa a personas que son completos desconocidos para ella.


Otra de las cosas que me rondó en la cabeza durante la lectura del libro es la evidencia de que cada vez el ser humano está más solo, este tipo de aparatos seguramente ya se están poniendo a prueba, y lo que eso nos dice en realidad es que las interacciones entre los seres humanos cada vez son más escasas, al punto que los chats y los emoticones han reducido considerablemente el canal tradicional de comunicación que ha tenido la historia de la humanidad: hablar.


#YmeDijeAmíMisma también que estos cambios tan disruptivos no tienen que ver con las edades, el mundo que habitamos está plagado de regalos tecnológicos que le hacemos a la gente por querer mejorar su calidad de vida y no estamos teniendo en cuenta que los niños y los adultos mayores tienen cierto grado de vulnerabilidad frente a los cambios que se van imponiendo, tenemos que ser más responsables con lo que regalamos.


Adicionalmente, no podemos perder de vista que aunque la tecnología se cree con una expectativa positiva, el mal uso que personas indiscriminadas le dan a las cosas pueden afectarnos a cualquiera de nosotros, imagínense un #Kentuki en la casa de un policía que sale a trabajar encubierto y que quien maneje el aparato sea un criminal de alto calibre…


Además de otras reflexiones como las que he ido mencionando hasta ahora, durante la lectura me alegré mucho porque en alguna parte mencionan que uno de los Kentukis está en una casa de Cartagena de Indias (mi pueblo), y la otra al percatarme de un error, los amantes de los libros no nos molestamos por encontrar un error, antes nos alegramos por haberlo “pescado”, el error en esta ocasión es que menciona que la diferencia horaria entre Perú y Alemania es de 4 horas, la verdad es que esa diferencia es de 7 horas.


En términos generales este es un libro Recomendado para:

Los amantes de la ficción

Los amantes de los relatos

Los amantes de los libros cortos

Los amantes de la tecnología




 
 
 

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Angélica Villalba Eljach
escribo para recordar que estoy hecha de callecitas y letras...

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