LA MUERTE DEL COMENDADOR- HARUKI MURAKAMI (libro I)
- Angélica Villalba Eljach
- 30 dic 2019
- 2 Min. de lectura

La muerte del comendador es antes que cualquier otra cosa una necesaria y nutrida obra de arte. La referencia que hace acerca de la música y la pintura nos hacen cerrar el libro para investigar y para acompañar algunas de las escenas que narra el autor con la música que los personajes escuchan. Quienes siguen este blog saben que considero que la música que va a acorde con las letras un verdadero placer.
#Murakami logra con este libro seguir deleitando a sus más fieles seguidores con descripciones extensas y exquisitas, el estilo narrativo es fresco y carece de adornos rimbombantes, lo exuberante únicamente es el paisaje y los sentimientos que expone, el lenguaje es claro y directo.
Murakami logra que nos ubiquemos en el Japón contemporáneo sin dejar de lado la historia japonesa, la cual pasa superficialmente en esta historia, pero en verdad… cualquiera que quiera hablar hoy de Japón, tiene que remontarse tarde que temprano a su pasado.
Son pocos los personajes de este libro- el protagonista es un pintor de retratos, pero sin lugar a dudas mi favorito es El comendador, el más evidente de todos y a la vez el más surreal, con una personalidad claramente definida en carácter, temple y realidad se nos presentan cada uno de los personajes. Desde las primeras páginas veremos un tinte de realismo mágico y tal vez por eso es que este libro me ha gustado tanto.
La frase que más me ha gustado del libro es: “Tal vez las ideas no tenían temperatura y tampoco pesaban. Tal vez sus formas eran transitorias”- me hace pensar en la delgada línea que existe en lo que imaginamos, lo que es real y ese escaso momento que ocurre cuando sentimos que alcanzamos un sueño.
No me quiero extender más de la cuenta, lo único que tengo que decir acerca del final del libro es que no entiendo porque Murakami no lo terminó de una vez, me aventuro desde ya a la lectura del segundo libro, esperen la reseña de #LaMuerteDelComendador libro II.
Comments